miércoles, 30 de mayo de 2012

Las ganas de lluvia quemaban en nuestros labios sedientos. Les daban ganas de matar, de aullar, pero no contaban con la fuerza suficiente para deshacerse de su pasado. Cada quien por su lado, y que gane el primero en salir.
Eran lamentos los que nos despertaban a la mitad de la noche, en ese cuarto que solía pertenecernos, que lo guardaba todo tras sus frías paredes.Sabíamos que no solamente habitaban las voces en nuestro interior, sino que viajaban para esconderse en su forma paranormal y asustarnos hasta la locura. Sobra decir que ya nos creíamos locos.
De cuando en cuando, me daban ganas de pedirte que me destruyeras, que me despedazaras hasta que no quedase ni el aroma de mi hambre. Que mis sonrisas huyeran y que mi sangre se apartara de mí creyendo estar maldita. Sabiendo que nunca hay marcha atrás, ni siquiera escuchando las canciones que nos recuerdan que solíamos estar más vivos que el mundo, y que nuestra carne desnuda no era más que el disfraz del remordimiento que ardía bajo el contacto con nuestros labios.
Pero nunca te lo dije. Nunca te dije que los sueños se me oscurecían y que sin ponernos de acuerdo habíamos dado con el borde del fin del mundo. Ya el palpitar agitado, ya la vena que dolía de ansiedad. 
No quedaba en nosotros entonces saber que estábamos más cuerdos que nunca. A veces llorábamos, nos llovía en la habitación, pero siempre y sin saberlo hasta muchos amaneceres después, caeríamos en la cuenta de que habíamos salido triunfantes en la lucha más grande de ese tiempo: en donde el gran logro sería separarnos.

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