viernes, 1 de julio de 2011

2. El principio del fin.



Y entonces pasó el tiempo. A veces lento, y luego muy rápido, sin querer pensarlo mucho. Pero pasó.


Me dió miedo, y después se volvió parte de mi día a día; el despertarse, y que el dolor se vuelva más un anuncio de vida que de sufrimiento. Los pajaritos de todos los colores, que vienen y van, siempre cantándome los inicios de una melodía desconocida, pero compuesta por mis propias acciones. Las más personales. Las más inconscientes también. Llega el día en el que todo termina, pero mi todo era nada antes y ahora no sé si lo que quiero es volver y encontrarme a mí misma o atenerme a las consecuencias de crear un episodio para luego simplemente recordarlo; sin haberlo vivido del todo.
Me duelen las entrañas, la boca de hablar y la cabeza de soñar que nada pasa y todo se pone como cuando me despierto los domingos queriendo jugo de naranja al por mayor. Igual y es porque me gusta pensar que las circunstancias no conocen siquiera mi nombre, o que la lealtad con la que vivo la vida se quebró en el momento en el que cambié las 2 cucharaditas de azúcar por los 150 gramos de cocaína. Y me culpo; de todo y de todos, de romper y de saltar en donde no debía. Y de haber desaparecido, y de haberme quedado callada cuando lo que mejor sé es hablar. 
Van pasando las horas, lenta-rápidamente, sin quererlo y teniéndolo planeado al mismo tiempo. Sin control alguno de lo que está sucediendo. Y la cabeza interviene, y me pregunto si son señales, pero en el mundo las conocen mejor por caprichos aferrados al hipocampo, que de nada me sirve si no se levanta y me da una indicación de qué hacer con la vida.
Corren y corren los pensamientos y se me satura la realidad de ficciones que más o menos viví de acuerdo a lo que necesitaba en cada minuto de cada día que pasé con ustedes. Las situaciones. Esas que se alteran sin más, y no piden nada más que lo que tú quieres que pidan. Que si son como yo, eso sólo lo sé yo, que despierto y los escucho removerse para seguir durmiendo hasta el fin de la mañana. Que si me contagiaron el sueño, eso es cierto, pero que si yo les contagié mi angustia, bueno ya es de pensarse mucho. 
Pero de que estoy por mirar detrás de la pantalla como frágil espectadora que no tiene más que escuchar atentamente las instrucciones de la despedida más abstracta de mi corta vida, pues bien, alguna vez dije que saldría del laberinto, pero jamás me imaginé que sería de una forma tan llena de mañas y presencia lógica. Es más, hoy me pregunto si en verdad estoy saliendo de este, o si más bien he decidido adentrarme tanto que la llave está por ser lanzada a donde no puedo alcanzarla.
Y si me siento diferente es porque abracé por tanto tiempo que el separarme me va a costar un poco más que todas las adicciones del mundo coladas con las redes y telarañas que están por formarse en mi cabeza. Y los pensamientos, finalmente, se calman. Y yo ya no soy, me preparo para no ser, y acepto -de la manera más atenta- que no seré nunca más.

."Madame is coming".