domingo, 23 de octubre de 2011

4. Más vale pájaro sano, que 50 gritando.

Estar tirada, varada, ausente, sin réplicas, sin chistes.
No hablar, no cantar, no jugar, no reirme. ¿Qué más quieren?
Que de repente llegan estos hombres de bata blanca y me arrancan las ganas de columpiarme con las rejas recién pintadas. Ya vienen; ya quieren verme otra vez.
Si les alegro el día, lo aprecian. Es cierto, me quieren ahí para siempre. Me quieren para sacar los chocolates de la caja fuerte y repartirlos por todos lados. A los niños, y a mí.
Y luego me da risa la cara de ese tipo de señoras de labios crispados: no te muevas, quédate quieta, no me mires a los ojos. Así me hablan, y también quieren todo con olor a cloro. Extra limpio.
Ya más tarde, por la desesperación, y sin quererlo, me siento muy sola.
Solita. Viendo las paredes. El pájaro. El que se quedó sin parlotear con nadie. Con hambre. Sin ganas. Con muchas preguntas. Nadie viene de visita. No hay nadie. Nada se escucha. Sólo murmullos. Sólo noticias extrañas. Incomprensibles. Sólo el acelerado palpitar de mi corazoncito que se cansa sin cansarse. Que se retuerse sin darse cuenta. Sin darse cuenta de nada. La función. ¿De qué me sirve?
Pero así me gusta. Que se quede así. Así. Latiendo adentro de mí. No te me vayas. No es tiempo de darse por vencido. De lanzarse al abismo. La obscuridad. Esa, la que me da miedo.
Todo el tiempo. Y que ya venga mañana. Que me dejen. Saltar.
Córrele. Ándale.
¿En qué proporción? Vamos a sustituir los valores. Yo soy el problema, pero también soy la solución. Sí, claro que me di cuenta. Lenta y acompasada, pero ahí voy, echándole ganas. Se escucha el tintineo de la vida y le pongo más movimiento. Me gusta salir de lo malo y entrar a lo amarillo, por aquello de los colores más bonitos del mundo.
Me dicen que no, que no, que no. Y a mí qué. Pues yo soy yo, y ya está, yo decido hasta cuándo se acaba todo. Ni nada ni nadie. Ni la electricidad en la cabeza, esa que me hace gritar del dolor. Y la sangre, las marcas que nunca se borran. Las de la mente: las memorias: las malas pasadas. Y las buenas, hombre. Fíjate que sí, que ya perdoné. Sí, es que soy valiente. Y me gusta esa cara que me ponen cuando les digo que ya olvidé que me lastimaron la vida para siempre. Me gusta hacer sentir bien a la gente. Sin preocupaciones, que yo no quiero ser un monstruo de las malas noticias, quiero ser el ave que vuela y le saca el buen humor a las personas más cansadas. De vivir. Ella, y ella, y él, y aquél, y este otro, y por allá también.
Ya de plano hay quien ni se acerca a preguntarme qué es lo que tengo. O de esos que les da miedo, que quiero, que no culpo. Que no hay nadie, finalmente, que se me acerque y me toque la mano que la tengo muy fría.
Pues no me quiero dormir, ¿qué tal? prefiero escuchar los latidos, esos que no me quieren dejar. No me dejen, por favor.

domingo, 9 de octubre de 2011

3. Cómo ir un paso adelante de la muerte, y no regarla.

Que no sé decirte que quizás sigo enferma; a la cara, y sin darle vueltas a un remolino de ideas que me dicen que te van a llevar lejos, muy lejos de donde estoy yo. Pues sí, que a veces considero mucho el alejarme de una vez y por todas, pero que no me sale. Y no es miedo, eh, que miedo sólo hay para una cosa, y esa es el quererte cada día más. Pero no, yo me encargo.
Venga. Ya no quiero volver a sonar ridícula; que si me pasó una vez es porque dejé que me doliera en donde no debía, y ya está el juramento de que no me volverá a pasar. Porque soy diferente. Porque soy más valiente. Porque a mí de vez en siempre me llaman la "más problemas" y me encierran para que no me mueva ni de la silla, y aún así me escapo; y sin decirte dónde estoy ni a donde voy, me ves día con día como si la vida fuera plana. Sencilla. Inalienable.
Y pensar en la muerte es el flujo continuo de mi ser y de mi estar, ¿qué no te has dado cuenta? La muerte. Muerte. Esa. Súbita. Sin mucho sentido. Con ganas de pulverizar la más recóndita idea de lo que represento: suerte, infortunio, sentir y creer que todo se acaba. El tic-tac de mi mente apresurándose casi a diario para decirte que no has sido tú, ni siquiera que he sido yo. Que ha sido todo y que hemos sido todos.
Ya no tengo hambre, y eso es triste. Y ni siquiera hablo literalmente, pero la metáfora llega, ¿ves? Tú sabes. Que estoy como borde y soy felicidad andando, jajaja, pues sí verdad, ni para qué me quejo. Pero que el hambre se me va acabando de donde creí que había comida al por mayor, es de preocuparse. Creo.
O así son las cosas. Igual y sí. Yo creyéndome(nos) diferente(s) y al final siempre me gusta repetir los "I'll be back's" de las películas. Como disco rayado. Como quien no quiere vivir en la realidad.
 Y lo acepto. Parece que no pienso bien cuando estoy en condiciones deplorables, pero ni así acaban conmigo. Que regreso a checar y le punteo lo que se me fue por la alucinación y la tristeza. Darle un trago amargo al agua y continuar con la batalla contra no sé qué. Pero aquí sigo, diciéndote lo que siento aunque no me sepa el 2 + 2 de lo que va a suceder mañana. Así están las cosas, por caerse. Y yo vuelvo a preguntar,


¿Notas cómo chillan los pájaros?

viernes, 1 de julio de 2011

2. El principio del fin.



Y entonces pasó el tiempo. A veces lento, y luego muy rápido, sin querer pensarlo mucho. Pero pasó.


Me dió miedo, y después se volvió parte de mi día a día; el despertarse, y que el dolor se vuelva más un anuncio de vida que de sufrimiento. Los pajaritos de todos los colores, que vienen y van, siempre cantándome los inicios de una melodía desconocida, pero compuesta por mis propias acciones. Las más personales. Las más inconscientes también. Llega el día en el que todo termina, pero mi todo era nada antes y ahora no sé si lo que quiero es volver y encontrarme a mí misma o atenerme a las consecuencias de crear un episodio para luego simplemente recordarlo; sin haberlo vivido del todo.
Me duelen las entrañas, la boca de hablar y la cabeza de soñar que nada pasa y todo se pone como cuando me despierto los domingos queriendo jugo de naranja al por mayor. Igual y es porque me gusta pensar que las circunstancias no conocen siquiera mi nombre, o que la lealtad con la que vivo la vida se quebró en el momento en el que cambié las 2 cucharaditas de azúcar por los 150 gramos de cocaína. Y me culpo; de todo y de todos, de romper y de saltar en donde no debía. Y de haber desaparecido, y de haberme quedado callada cuando lo que mejor sé es hablar. 
Van pasando las horas, lenta-rápidamente, sin quererlo y teniéndolo planeado al mismo tiempo. Sin control alguno de lo que está sucediendo. Y la cabeza interviene, y me pregunto si son señales, pero en el mundo las conocen mejor por caprichos aferrados al hipocampo, que de nada me sirve si no se levanta y me da una indicación de qué hacer con la vida.
Corren y corren los pensamientos y se me satura la realidad de ficciones que más o menos viví de acuerdo a lo que necesitaba en cada minuto de cada día que pasé con ustedes. Las situaciones. Esas que se alteran sin más, y no piden nada más que lo que tú quieres que pidan. Que si son como yo, eso sólo lo sé yo, que despierto y los escucho removerse para seguir durmiendo hasta el fin de la mañana. Que si me contagiaron el sueño, eso es cierto, pero que si yo les contagié mi angustia, bueno ya es de pensarse mucho. 
Pero de que estoy por mirar detrás de la pantalla como frágil espectadora que no tiene más que escuchar atentamente las instrucciones de la despedida más abstracta de mi corta vida, pues bien, alguna vez dije que saldría del laberinto, pero jamás me imaginé que sería de una forma tan llena de mañas y presencia lógica. Es más, hoy me pregunto si en verdad estoy saliendo de este, o si más bien he decidido adentrarme tanto que la llave está por ser lanzada a donde no puedo alcanzarla.
Y si me siento diferente es porque abracé por tanto tiempo que el separarme me va a costar un poco más que todas las adicciones del mundo coladas con las redes y telarañas que están por formarse en mi cabeza. Y los pensamientos, finalmente, se calman. Y yo ya no soy, me preparo para no ser, y acepto -de la manera más atenta- que no seré nunca más.

."Madame is coming".

sábado, 21 de mayo de 2011

1. Café con leche.

Es curioso cómo las tonterías siempre terminan endulzándose con dos cucharaditas de Splenda.

Mis abuelos siempre quieren invitarme a tomar un café con dos galletas de esas que se desmoronan en las manos, y no en la boca; no está para nada mal, digo, me prestan mucha atención y al final siempre salgo con un libro nuevo o con la sensación de que nunca voy a pasar hambre en esta vida ("Nunca pasarás hambre" me dijo una vez la galleta de la fortuna del restaurante chino de los Pinto), sin embargo, siempre tengo esta sensación de estar viviendo algo que no me corresponde.
¿Quién me explica las ganas de aventarme de un avión? o, ¿Por qué demonios intento, a capa y espada, sobrevivir a base de algodones de azúcar y colores amarillos?. Mal, mal, mal; muy mal Cynthia. Cuando debía de ponerme de espaldas y lanzar la moneda, preferí pagar por poder meterme a nadar en la fuente. Por supuesto que no lo conseguí, pero esa es la cuestión: No sabemos ni lo que queremos.
¿Cómo voy a saber que , que me estás leyendo ahorita mismo, no serás mi próximo enemigo? Un nemesis de esos, tipo Goku Vs. Vegeta, que al final de cuentas terminan diciendose las cursilerías más indecentes. No recuerdo bien si eso lo vi en la versión XXX o en la serie normal, pero el punto es que tengo que aprender a escribir bien.
"El nombre es lo de menos" es lo que estoy leyendo ahorita, gracias al guapo Carlos Valdés que se ha atrevido a levantar la pluma (y un fajo de billetes) y ha publicado un buen libro. Se necesita ser valiente para conversar con lo desconocido; yo a lo máximo que llego es a hablar sola frente a mis conversaciones en el messenger, si acaso.
 Me falta aguante, y también talento, creo yo. Porque luego generalizas y te demandan y no te la acabas por haber pasado una noche en la correccional sin haber siquiera avisado que ya no eres menor de edad. Pero nadie te la cree. Corremos y corremos buscando personas que nos den un par de palabras de aliento, y al final nos damos cuenta de que:

1.- Nunca tuvimos condición para trotar hasta el infinito, y 2.- Esas personas, de alguna forma u otra, terminarán huyendo despavoridas porque casualmente, 3.- No vienen a esta vida para jugar a las carreritas, y mucho menos a "la traes" o a las escondidas. Por lo tanto, 4.- estás frito, solo, y además, con toneladas de decisiones que tomar y sobre todo 5.- errores que cometer. Eso. Los errores; pero, basta por ahora, porque como diría mi padre:
"Ese ya es otro boleto".